sábado, 6 de diciembre de 2008

CONTRA LAS ARENAS DE CRONOS






Cuatro de la mañana. Una noche cualquiera, sin nada que hacer, más que conversar contigo. Cómo pasa el tiempo, sin duda, volando, acá, hablando por chat. Qué risa, hemos estado dialogando aproximadamente dos horas, ¿de qué? Créeme, aun no lo sé. Nuestra conversación comenzó con las preguntas típicas, preguntas introductoras, para luego seguir con un tema cualquiera, que no duró más de lo que dura la flama en un cerillo, y sin darnos cuenta, pasar luego a otra totalmente radical. No seguía ninguna consecuente, disparaba para cualquier lado, y así, nos saltábamos de un tópico a otro. Desde lo rico que es el café a cómo te fue en el parcial, transitando desde política hasta navegar por religión, desde los colores de Venus hasta las lunas de Plutón. Que disconcordancia la nuestra, nada tenía sentido, pero todo a la vez, formaba uno. Este hilo conductor sin dirección específica me mantenía despierto, cuando solo tenía tres distintivos iconos amarillos en la polvorienta lista, que aun no termino por conocer, de los cuales estabas tú, un “no me acuerdo” y el es.encarta@botmetro.net, motivo por el cual, eras el anfitrión de la noche. De pronto las arenas de cronos comenzaron a surtir efecto en mí con mínimos bostezos, un peso distinto en mis parpados me recordaban las leyes de Newton y un estado de hipnotismo y aletargues rodearon mi mente. Pero aún así, quería seguir despierto. El frio vestía el ambiente, mis ojos secos se humedecían cada cinco minutos, la inestabilidad corporal me informaba de mi estado. Y de pronto, entré a una especie de histeria colectiva, yo y mis otros yo. De la nada y del todo, lo que escribía ya no tenía sentido, no coordinaba mi gramática, sintaxis, y para que decir la semántica. Desvestía una dislexia a causa del cansancio. Mi mente había entrado en un desfasaje y mis dedos eran consecuencia de las mismas. Y, después de unos minutos de rebeldía, encontré que no podía seguir luchando más con Cronos. Mi cuerpo me había soportado todo el día, y era hora de compensarlo. Fue ahí donde me rendí. Decidí que era tiempo de sumergirme en el océano onírico, y bucear allí por unas dos o tres horas… o quizás más; navegar por mi inconsciente y hacer una sutil regeneración espontánea a mis células somáticas y psíquicas. El reloj se había detenido en el tiempo, y el pájaro cucú había anunciado la hora de despedida… no era esto es un adiós, sino un “hasta pronto”. Las velas ya ardieron lo suficiente y no quería provocar un incendio, y, luego de un zumbido y tres iconos después, me largué. Cerré mi cuenta y dormí.

[NO CONCTADO]