domingo, 31 de agosto de 2008

Noche de Melancolía


La noche estaba sensacional. Pedí unos minutos para estar afuera. Me sentía algo melancólico por alguna razón que no comprendía. Quería estar por un momento solo, pero no apartado. Nada mejor que a las afuera de una noche cálida con brisas frescas. Una instancia para estar solo, para pensar en nada, para hacer nada, distraerme de las cosas, en donde la sensación del viento renovaba… relajaba. Quería hablar con alguien, pero a la vez quería estar en silencio, quería que alguien me ayudara a hacer introspección, pero a la vez no quería que nadie se entrometiera en este sentimiento. Uno que al parecer, suele ser rechazado por los demás, pero que ocasiones es algo necesario. La necesitaba para detenerme, desacelerarme, interrumpirme por un rato en el tiempo y pensar, para indagar, para estar conmigo y no estar ocioso, para extrañar, para anhelar, para conectarme con algunos detalles, para disfrutar de la naturaleza, para inmiscuirme en una noche cálida de brisas frescas, y recordar cuanto me gusta la fuerza del viento en una noche así, para darme cuenta a quien recurrir en estas situaciones y saber que hay alguien con quien compartirlo, alguien que sabes que no interrumpirás su continuo movimiento, en sus asuntos, por mas amigo o conocido que sea, alguien a quién, por confianza, demostrarle un momento de vulnerabilidad y saber que va a estar feliz que accedas a ella, alguien que sin importar lo que haga o la distancia, va a estar disponible a tus caprichos y siempre con una palabra de aliento, por más insignificante que sea el tiempo disponible.

“Nada como una buena noche cálida y ventosa para inspirar algunos versos. Dios creó este mundo perfecto y aunque ya no lo es más, la naturaleza me hace pensar que un día lo será otra vez…”

mensaje de texto, 23:38 hrs.

Y fue así como seguí por unos momentos más en esta melancolía aunque ya algo desvanecida, gracias al viento que despeja mis ideas y se lleva consigo las tristeza, al interés existente de esta persona y al silencio teñido del sonido de la noche, que logra socavar al ruido del dia y darme el espacio para meditar de algunas cosas. Y después de un rato, quebranté la instancia de la soledad y continué con mi vida… me incorporé a mi amigos, volvimos a hablar de tonterías y cosas graciosas, sin mencionar los minutos anteriores, ver una película y dormir…

martes, 5 de agosto de 2008

Bochorno en París


En mi gran viaje al Medio Oriente, Líbano, por motivos familiares, hicimos escala en París, tanto de ida como de vuelta. En el regreso, año 2000, nos quedamos seis horas en el aeropuerto. En eso, mientras mi abuelo hablaba árabe/francés con una de las encargadas de información sobre nuestro vuelo, con mi primo, de ese entonces catorce años y yo, de 11, nos empezó a dar gracia la forma en que hablaba y los ademanes que hacía la señorita, una especie de mímica (el idioma preferencial para la comunicación) que desató la burla de mi primo hacia ella, y claro, para seguirle el hilo, yo muerto de la risa. Sabíamos que ella no hablaba nuestro idioma. En esas cosas de la vida, luego de nuestro rato de humor, mi primo le comenta algo a mi abuelo, a lo que la pobre francesa aludió: "Ahh!!! ustedes también hablan español...
Estas cosas, son situaciones que en un momento dado, te produce la pigmentación rojiza de las orejas y/o mejillas y unas ganas enorme de salir corriendo, pero, con el tiempo, no es más que una entretenida anécdota para contarlo en un blog. En este blog. Y sin más, esta anécdota, espero que graciosa, tal y como la recuerdo, ha sido publicada.

Santiago

Las compuertas se abren y se cierran. La gente entra y sale. Y así, por catorce paraderos. La rapidez de afuera corre distinto a como se percibe por dentro. Tiempos paralelos. Yo, en un extremo medio, entre la multitud, con una mano sujetando uno de lo elementos para mantener el equilibrio y con el otro, mi cappuccino, me di el lujo de observar a las personas. De todos modos, no tenía otra cosa que hacer más que darle sorbetes a mi café recién salido de la máquina de un local cualquiera. Entonces, desde U. de Chile a Tobalaba, fue donde comencé a visualizar el abanico de personas que entraban y salían del metro. Cada una con diferentes personalidades, diferentes estilos, diferentes psiques... Cueros, rastas, trenzas naturales, coloridas, estudiantes, ejecutivos, abuelas, habladores, retraídos, dormilones, relojes, carteras, bananos, mochilas de diferentes marcas, diferentes precios. Y así, se iban yendo, de acuerdo a su paradero y entrando nuevos en su remplazo. Jeans, cotelé, bufandas, gorros, boinas, negro, rojo, azul, negro y mas negro, verde. Gente contemplando a otras mientras hablaban con otras de forma pausada... gente pausada, apurada, hablando por celular, escuchando mp3 y, de pronto...
Lo siento, he llegado. luego les sigo contando... tengo que avanzar con la gente para desocupar espacio, esa que hace un instante, estuve visualizando. Me dirijo a plaza Egaña, con convinación 4... me cambio de metro...

Alberdi

Mientras vacacionaba en Formosa, hermosa provincia del norte de Argentina, conocí a una simpática mujer mayor. Con mis amigos, habíamos acordado pasar la frontera e ir a Asunción, pero por ABC motivos, me fallaron. Así, sin más, agarré un poco de plata, mi pasaporte y me fui a Paraguay solo. Estaba a minutos de esa localidad, ya que la única vía para pasar de Formosa a ese país (dicho sea de paso, porque limitan) es en lancha por el rio Paraná. Lugar cubierto de pirañas, o, por lo menos, fue lo que se me informó. De todos modos, no me hubiese tirado un chapuzón para verificarlo. Y así fue como llegué a Alberdi, una porción de tierra paraguaya, con forma mas bien de isla, conocida popularmente por su mercado negro.
Después de pasar todo el día en ese lugar y de haber comprado algunas cosas, una mujer no más de cincuenta años, estaba (me incluyo) esperando junto a otras personas, la llegada de las lanchas. Le pregunté a que hora llegaban las lanchas, y después de contestarme que no tenía la menor idea, pero que ya deberían haber llegado, me preguntó extrañada, por mi acento, de dónde era y, posteriormente, me comentó que tenía un enorme parecido a su hijo mayor. Muy simpática la señora, conversamos todo el trayecto de vuelta. Luego se ofreció llevarme al lugar donde me quedaba a alojar, pero al decirle que que prefería caminar unas cuadras del puerto para ir al centro de la ciudad, amablemente, se dispuso a llevarme hasta allá. Al bajarme del vehículo, me dijo que escuchara la una frecuencia "X" de la radio (que la dirigía su hijo) porque me iba a mandar saludos, y, sin más, se despidió. conducta recípreoca por mi parte.
Nunca escuché la radio, ni supe de esta mujer y, viéndolo desde ahora, me da un poco de risa; no sé cual era las intenciones de esta mujer, sin embargo, prefiero pensar que se debió a mi gran parecido a su hijo y su buena disponibilidad. De todas maneras, le envío un cordial saludo desde esta página, por su simpatía y amabilidad.