miércoles, 10 de septiembre de 2008

Encantos do Brasil




Barriendo y sacudiendo cosas en mi memoria, saco pequeñas nociones de aquel país más grande de Sudamérica que quiero dejar plasmado en palabras. Son pequeños episodios entrecortados sin ninguna secuencia lineal, flash back teñidos de olores, colores, esencias y alguno que otro momento indescriptible.
Sao Pablo. Zona rural. Siglo XX, a pasos del siguiente milenio. Rodeado de verde y más verde, ante la presencia de gente extraña hablando un idioma extraño. Ahí fue donde conocí a Jack, el rottweiler, el primero que vi en la vida; a ese gigantesco saliendo debajo de la mesa de aquel particular restaurant, con su enorme cabeza y sus tres distintivos pelos blancos a la altura de la sien, haciendo que saltara tres pasos hacia atrás por el susto. Aquellas inolvidables veces donde el muy miserable se recostaba en la escalera para no dejarme subir y, en ocasiones, bajar...
Vuelvo a mí. Estoy frente al notebook tecleando los últimos puntos, cuando se viene otro episodio.
Clima templado. Lluvia primaveral, en su declive se desprende un exquisito olor a selva húmeda y el chucherío a la distancia de las aves. No puedo dejar atrás esas dos cuadras que caminaba en busca de una choza entretejida de paja y bambú, donde disfrutaba un litro de aquel extracto de caña de azúcar. A solo un “Real”. Algo tan rudimentario pero a la vez tan tecnológico, esa vieja y oxidada máquina que estrujaba aquellas cañas y que daba como resultado un concentrado no apto para diabéticos.
Esas golosinas que sacaba del estante con el único fin de obtener los sticker y así coleccionar los personajes de la Warner Bros que tarde o temprano perdía.
Las innumerables ocasiones en que me escapaba a jugar playstation a un local donde lo único que me lograban entender eran los juegos que le indicaba con el dedo para jugar. Aquella señora, dueña del recinto, mujer no más de cuarenta años, de tez achocolatado y cabello trenzado, que irradiaba alegría, en donde continuamente mostraba su juego dental algo deteriorado sin los jugadores delanteros, no obstante, su sonrisa primordiaba.
Y para finalizar, la vez donde nos íbamos camino al aeropuerto, para darnos cuenta allá que nuestro avión estaba ya a más de mil pies de altura. Pobres de ellos que tuvieron que pagar dólares de más para cambiar el pasaje, bien de mí que tuve, junto con el resto, que quedarnos tres benditos días más en aquel exótico lugar. Y la rutina… ustedes ya lo saben.



Sol, palmeiras e praias... sejão bem vindos a Brasil