sábado, 9 de enero de 2010

"El último abrazo antes de la lluvia".


Idea original: Yani y Merry.
Creación literaria: Diego Ignacio
Fotografías: Google.


Con cariño, para Yani y Merry,
quien me dieron la idea de escribir esto
y su linda amistad.




Es un momento intenso para Emilia y Juan Pablo, han tomado la decisión de escaparse. Habían utilizado todas las herramientas posibles para permanecer juntos, mas las circunstancias se unieron para derrocar aquella remota posibilidad. Se hizo fría esa tarde, el viento andaba más imperioso que de costumbre, algunas nubes se habían oscurecido y había un plan que ejecutar. Habían acordado debajo del ciruelo a las nueve menos diez, hora en que salía la última parada del tren, sólo con lo necesario. Comenzaron a caer las primeras gotas del rocío andante, el viento estaba cargado de un dulce aroma a Eucalipto, el tiempo se agotaba, y un tren por salir. Se miraron algo confusos por todo lo que estaba pasando, y por todo lo que estaba por suceder, sólo con un objetivo en la mente: "estar juntos". Ella lo mira delicadamente, acaricia su castaño cabello a la espera de una nueva tentativa de proceder, él alude a observarla y deja escapar, entre miedos, una leve sonrisa, señal de terminar lo que sus cabezas habían empezado hace días, ella sin más lo abraza y él le responde cobijándola con la seguridad de sus brazos. Fue la unión más intensa de sus vidas, por alguna razón desconocida no querían separarse, era un momento perfecto, ese abrazo, que simbolizaba todo para ellos era lo cálido que los apartaba del frío del ambiente, el frío de los hechos, el frío de sus miedos. Fueron uno. Sus inseguridades personales, por aquel momento se convirtieron en certezas puras. Los segundos se hicieron eternos, pero pronto lo eterno sería en lapsos de segundos. Ella se aparta, lo mira, se pierde en su rostro, le devuelve su sonrisa y corre por sus cosas. Él la ve moviéndose a la distancia, empequeñeciéndose a medida que avanza, ya era cuestión de minutos y una pesadilla por darla acabada. No tenía de quien despedirse. Dejó una carta en el lecho de aquella singular cama, era hora de empezar una vida nueva. Antes de irse, una perceptible gota reventó en su mejilla derecha, alzó la mirada, el cielo se estaba oscureciendo. Salió a tomar su pasaje de tren. Ella, ilusionada e insegura, abre la puerta agitadamente, sube por las escaleras, entra en su cuarto y comienza a recoger sus pertenencias. De pronto y de forma inesperada, visualiza sobre su cama... una carta, un sobre blanco con las iniciales de J.P. y una palabra en mayúscula y bien sobresaliente de "Adiós". Sus ropas cayeron y una postura rígida la inundó vertiginosamente. Titubeante, se acercó abrirla y a leer su contenido, debía hacerlo rápidamente ya que era cuestión de minutos antes la partida del tren. Comenzó a llover. Un inesperado giro del destino la dejó tambaleante. En sus letras manuscritas y mal redactadas, se estaba despidiendo de ella, el mismo, que hace un instante, le abrazaba fuertemente a las afueras. Le explicaba que era lo mejor para ella, que debía continuar con su vida y con el hombre con el que había decidido formar una familia. No le podía ofrecer nada más que su amor, y era ese amor el que lo impulsaba racionalmente y de forma paradojal a querer lo mejor para su vida. Confundida y a sollantos, se paró enfurecida "Quién se creía para decidir por ella" pensaba mientras dejaba todo como estaba. La lluvia se acrecentaba, comenzó a entrar agua dentro de la casa; buscó su sobretodo y el paraguas decidida a encarar. Salió enfadada de su habitación, bajando por las resbaladizas escaleras. Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, él tenía todo listo, un saco, una minúscula maleta y el último cigarro antes de partir, era hora de entonar un nuevo rumbo, solo. Votó la colilla vacía, subió al tren, acomodó su valija, y se sentó a contemplar la ventanilla, mientras las gotas sucumbían contra el vidrio. Los minutos pasaban y una corazonada envolvía a Pablo. Los niños corrían por los pasillos, las señoras se acomodaban en sus asientos y los pañuelos se alzaban a las afuera en señal de despedida para varias personas. Un deseo imperioso de verla transitó en su mente, "Quién era él para decidir por ella", mientras el tren comenzaba a cerrar compuertas y encender motores. Comenzó a impacientarse, de pronto sintió que todo era un gran error y que todavía había tiempo de remediar las cosas, sus piernas comenzaron a moverse con ansias y estereotipadamente. A las afuera de su ventanilla apareció, entre la muchedumbre, la imagen de Emilia, él detiene su pierna y una gran sonrisa se dibujó en su boca. Se levanta para verla bien, no obstante, esa imagen se pierde por la presencia de otra mujer parecida a ella, cae en su asiento, inconsciente que el tren ya había comenzado marcha. Recuperando su orientación, percatándose de la realidad y en un intento desesperado de retroceder todo, quiso parar la máquina e ir a buscarla... total, existía otra salida a media noche. Era el momento de remediar su gran error y anular la culpa. Detiene la maquinaria. Cruza la ciudad, la noche, las calles, el frío, la lluvia, recorriendo por una excitación pavorosa. Llega a casa de Emilia, rogando que aún siguiera allí. Se prepara para la peor discusión, enojo y mejor reconciliación de su vida. Entra a la casa, y la escena más horrible ocurrida estaba presente delante de sus ojos. Emilia está tirada en el suelo a orillas de las escaleras, desmoronada y sin la menor intensión de moverse. Un paraguas a centímetros de su cuerpo y la formación de un charco de agua conglomerándose alrededor de ella. Corre a tomarla, sacudirla, abrazarla, a despertarla… a “despertarla” y descubre la gran pérdida de su vida. Dándose cuenta que qué no tenía aliento ni palpitaciones, y una carta aun sujeta entre sus manos se derrumba en un llanto angustioso. A las afuera el cielo se destrozaba a truenos, adentro, el gritaba enfurecido. A las afuera el cielo mojaba la tierra, adentro, él la mojaba entre sus lágrimas. Parecía que sus emociones, de alguna manera extraña, se externalizaban y se proyectaban al ambiente, lo hicieron en el mismo instante en que él se despedía de ella, en el mismo instante en que le abrazó, en el mismo instante en que la dejó irse. La vuelve abrazar, le habla en susurros, ella no responde, sus abrazos eran vanos, ahora solo brotaban el mismo frío que inundaba afuera. Quiere retroceder el tiempo, irse a ese abrazo tan intenso de unas horas atrás, ese abrazo antes de la lluvia, ese abrazo tan sincero del que nunca debió aflojar.
Afuera el cielo se rompía en pedazos, la lluvia caía a cántaros, y un tren rumbo a su destino.

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