sábado, 28 de marzo de 2009

Latidos ...

Esto que voy a narrar aconteció un dia como hoy, pero tan lejano como ayer. No se debe a ninguna maldición de los dioses, ni a un fatal accidente de laboratorio. Simplemente sucedió. No sé cómo, ni cuándo, pero frente a excitaciones fuertes, mi nivel de cortisol en la sangre comienza a aumentar y mis latidos acelerar. Aquel órgano tan añorado, renombrado por poetas y antiguos compositores del mundo, paulatinamente se convierte en un corazón de cristal, y mis latidos, consecuencia de las mismas, en sonidos lamentosos de un ser puro y pasional.

...

El cielo estaba despejado como cualquier otro día y como resultado, se podía apreciar cómo  ínfimos pero majestuosos rayos del sol caían por encima de toda forma sobre la tierra, amplificando los colores y hermosura de las cosas. Miro las cosas, miro las nubes, miro el todo. Decidí dar un paseo.

Camino entre los cedros del Líbano, por las montañas del Tíbet, por los rincones de Nepal. Todo al parecer  solía  señalar una caminata tranquila. Pausada. Todo, con excepción de aquella horrorizada situación a unos metros de mí. Es Valentina, y no está sola, está con Emilio, el distinguido y renombrado archiduque de Venecia. Ambos de la mano recogiendo amapolas y riendo de lo loco. ¡Es extraño! No debería molestarme, pues ya hemos roto hace ocho meses. Cada uno escogió caminar por rumbos distintos;  no obstante, aquella escena removió algunas cajas en mi Ser. 

Me paralizé. Sudo. Fluyen escalofríos. Decido rápido. Me fui… corrí.

Mis latidos aumentaron, mi rabia y mis percepciones más remotas. Volvieron los replanteamientos, las autoreflexiones, y no llegaba a ninguna parte. Me detuve, pues sabía lo que me esperaba. Respiro, y continúo haciéndolo. Me calmo, o por lo menos, trato de hacerlo. Miro el horizonte. Comenzaron aquellas viejas y recónditas puntadas en mi pectoral izquierdo, sensaciones de dagas en el corazón, que iniciaban su fatal alteración, puesto que sin duda, comenzaba su transformación.

Subo por cerros y montañas, por praderas y colinas, desde los picos del Everest hasta las cumbres del Himalaya, allí, sentado debajo de una roca, mirando el mundo entre espesas nieblas y densas agitación. Solo lograba complicar mis ideas y mi imaginación. Tiritando de frío, titubeando de pudor. Las altas presiones comienzan a ejercer contracción en mí. Aún siento latir sangre caliente, pero será cosa de minutos que la transformación haya finalizado. 

Bajo, grito, golpeo cosas, caigo, y todo lo demás es oscuridad.

Despierto en las orillas de un arroyo al interior de un denso y verdoso follaje. Me levanto, miro mis heridas, miro mis harapos,   miro hacia atrás. Quiero llorar. La imagen de Valentina viene a mí una y otra vez junto al infame de Emilio. ¡Qué más da! No hay nadie mirándome, salvo aquella roca tapada en musgos frente a mí. Lloro. Mis lagrimas se confunden entre aguas de arrollo y mi llanto se mimetiza entre sonidos de cascadas. Soy un caos. Ahí me quedo algunos minutos, horas, rotaciones y traslaciones… finalizando quién sabe cúantas estaciones.  

Viajo, me escapo, no puedo más. Todo me molesta, todo me estresa. Imagino cosas, veo otras, me cuentan algunas y disgusto otras tantas.  Los celos me consumen. La rabia me ciega. El miedo me paraliza.

Mis latidos aumentan crecientemente mientras caminaba por el sendero de las rocas, piedras incrustadas en el talón, desvanecían el dolor en mi interior, salvo las constantes resonancias coronarias que agitaban mi andar y mi razón. Todo es confuso, inesperado. No sé para donde me dirijo, tal vez hacia mi propia muerte, o quizás a mi nueva vida (junto a otra valentina), ó, a una vida cíclica sin término de ruta. Y sin darme cuenta, llego a una pradera de robles, con cálidas brisas de occidente, con un olor inconfundible a menta y una inmensa laguna a la distancia sobrepoblada de todo tipo de aves. Es fantástico, mágico o tal vez utópico. Una paz asombrosa rodeaba mi alma y la visión de valentina se pierdía a lo lejos. Aquella bella obra del Señor me dejó atónito de tanto amor e inspiración. Todo era perfecto. No sabía dónde me encontraba, pero sí sabía que donde fuese, estaba lejos de todo lo malo e impuro de este mundo, no había contaminación, no había alteración, no había violencia, no había maldad ni emociones dañinas, solo "paz". Solo eso. 

Sin embargo, como consecuencia de aquel dolor impregnante que traía a tiempo, mis latidos se solidificaron,  se cristalizaron. El esperado, pero no añorado proceso finalizó su misión. Y en una bola de cristal su forma acabó. Pensé que al encontrar esta "tranquilidad" después de mucho  tiempo de viaje y dolor, se revertiría la sucesión... Pero no fue así.

La trágica obra de mi vida, mi supuesta y triste representación, su guión a la última hoja llegó. Ya no siento nada, ni frio, ni hambre, ni amor. El odio, la rabia y la pena de pronto acabó. Me he convertido en un monstruo, en un insensible, en un infeliz, si es que puedo definir la palabra. No siento nada. Me han arrebatado mis sentidos, y ni siquiera puedo sentir algún tipo de rencor por ello. No puedo detestar a Valentina ni maldecir a Emilio, pero sobretodo, no puedo enojarme conmigo mismo, por permitirme sufrir, por algo natural de la vida. Me han, me he arrebatado todo, hasta esa efímera paz y tranquilidad que obtuve "rentada"; se me deshizo como agua por los dedos, dejando solo un vacio. Un largo y oscuro vacio. 

Me recuesto en el pasto. Descanso. Me dejo llevar por aromas y fragancias. Aún me queda algo de fuerza y oxígeno por respirar. (Aunque tenga que hacer un esfuerzo sobrehumano). Extiendo mis extremidades, para sentir el pasto cálido en mi piel, miro al cielo, para ver lo inmenso que es el mundo. Mis pupilas han quedado fijas, mis parpados sin movimiento y mi mirada sin expresión. Percibo una amapola a mi costado, la arranco, la miro fríamente, la huelo, y la pongo en mi pecho. Valentina se recuesta a mi lado, me abraza y apoya su cabeza en mi pecho. Volvieron algunas emociones, volvieron viejos recuerdos, volvieron del pasado, volvieron al futuro; aterrizo. Me percato del presente, y valentina ya no está más. Sólo me ha dejado aquella marchitada flor en el pecho. Pecho, que de apoco se va trizando, que de a poco va dejando de sentir, que de a poco va dejando de latir… 

Miro al cielo, miro mi vida y ya no miro más nada.

Solo ha quedado una roca, cuyos latidos han quedado petrificados en esta historia de mi vida.

"Pon palabras al dolor, la pena que se caya, se guarda en el corazón hasta quemarlo"      ( SHAKESPEARE )


2 comentarios:

jotatan dijo...

Haz escuchado de la alquimia, ciencia antigua y casi olvidada que permitia a los sabios cambiar el plomo en oro o cualquier otro elemento en el que se quisiera. Quizás esa sea la única manera de "descristalizar" el corazón del protagonista, porque cuando el corazon deja de ser de carne, sólo Dios y la ciencia pueden ser las respuestas, y la ciencia se puede equivocar.

PD: La alquimia no es ciencia, pero aplicaba el metodo cientifico, y por supuesto mi comentario fue emitido de una manera no del todo práctica.

campanilla dijo...

Muchas gracias por visitarme y por enlazarme a tu página -acabo de verlo-


Visitante del otro lado del charco, siéntete bienvenido a mi Café siempre ;)